Por Alejandro Murciano Brea
Afortunadamente, la ciudadanía europea se ha movilizado a menudo en las últimas décadas. Lo ha hecho contra los recortes, contra los desahucios, por la igualdad de género, o en defensa de los derechos laborales. Probablemente de no haber sido así estaríamos ahora en una situación mucho peor. Sin embargo, desde que el proyecto del euro echó a andar, no recuerdo ni una sola manifestación contra una subida de tipos de interés. La política monetaria persigue objetivos económicos con el precio y la cantidad de dinero en circulación como herramientas, y es habitualmente vista como algo frío y técnico, alejado de ideologías. Pero creo que esta visión debería cambiar. Nadie piensa que un recorte en derechos laborales o una deducción fiscal a los más ricos sean algo apolítico, y a mi juicio tampoco se debería percibir así cuando Lagarde pone los tipos de interés por las nubes.Estamos en un momento en que los tipos de referencia del Banco Central Europeo están en el 4.5%. Hace unos dos años, estaban en negativo. La autoridad monetaria ha ido subiéndolos a gran velocidad con la idea de combatir la inflación, que tocó tasas alarmantes en 2022. En mi opinión, en el debate de la subida de precios, deberíamos hablar más de dependencia energética o de cadena de valor de los alimentos, y no tanto de tipos de interés. De hecho, son varios los expertos que consideran que las políticas del BCE han tenido un efecto muy limitado para combatir la inflación. Pero incluso comprando el discurso de que hay que subir tipos para contenerla, a Christine Lagarde se le han acabado las excusas para no cambiar el rumbo de la política monetaria de la Eurozona. La inflación está ahora mucho más controlada y, sin embargo, el crecimiento económico flaquea. Aún así, el BCE se ha negado en sus últimas reuniones a iniciar la bajada de tipos, desperdiciando varias oportunidades y aplazando a junio la posibilidad de hacerlo.
Todo esto, por supuesto, tiene sus consecuencias. La primera y más evidente es el sufrimiento social que conlleva. Desde principios de 2022, la cuota media de las hipotecas en España se disparó un 32%, lo que supone casi 200 euros más al mes. Por poner un ejemplo, si tienes una hipoteca de 200.000 euros a un plazo de 30 años, y con un tipo de interés del Euribor + el 1%, a principios de 2022 pagabas poco más de 600 euros mensuales. Tras la subida de tipos, en octubre de 2023 tu cuota pudo elevarse hasta los 1093. Un aumento desproporcionado que ha hecho a muchos hogares tener que desprenderse de parte de sus ahorros, y que ha puesto a las rentas más bajas en una situación muy comprometida. Ya tenemos un claro ejemplo de cómo la política monetaria también aprieta más o menos según tu clase social.
Por otro lado, unos tipos de interés tan elevados resultan contraproducentes para la Eurozona ahora mismo. Europa tiene muchos retos en el horizonte, entre ellos la descarbonización de su economía, y las decisiones de Lagarde no están ayudando precisamente a conseguirlos. Primero, porque compromete el crecimiento económico, y con ello el presupuesto disponible para acometer inversiones. Y segundo, porque hace que cualquier proyecto que se plantee sea mucho más caro de financiar.
Yendo incluso más allá, si lo pensamos, hay un componente ideológico "per se" en los tipos de interés. Un precio alto del dinero, por definición, beneficia a quienes lo tienen y perjudica a quienes no. A los más adinerados les permite encontrar depósitos o productos de renta fija para seguir aumentando su capital sin tomar riesgos. Sin embargo, las clases medias y bajas, con menos patrimonio y ahorros, ven como las condiciones de su endeudamiento se deterioran y asfixian sus economías personales. Cuando no tienes dinero y lo necesitas, te ves desnudo ante el mercado financiero, y si las autoridades monetarias dibujan un escenario como el actual, tienes un problema serio. Así ha ocurrido durante los últimos dos años. Hemos vivido un "rally" en los tipos de interés que, lejos de ser algo neutro y objetivo, tiene sus ganadores y sus perdedores. Estos últimos, los de casi siempre. Ahora a Christine Lagarde y al BCE les toca pensar en la ciudadanía europea y en los proyectos de futuro, lo que exige dar un giro a la política monetaria. Aunque la máxima mandataria ya ha dicho que no se compromete con una senda concreta para los tipos de interés. Lamentablemente no nos sorprende, pero como ciudadanos y víctimas de sus políticas, deberíamos exigírselo.

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