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Las medidas para consumir menos gas sí tuvieron efecto

Por Alejandro Murciano Brea

El pasado mes de agosto, Teresa Ribera, ministra de Transición Ecológica, anunciaba una serie de medidas enfocadas a reducir el consumo de gas. El contexto geopolítico era más que complejo, con Putin reduciendo al mínimo el flujo hacia Europa, y con la amenaza de cerrar el grifo por completo. Al fondo, como siempre, traslucía la emergencia climática y el sufrido bolsillo de los ciudadanos al pagar sus facturas. Europa había pactado el tratar de reducir el 15% el consumo de gas, si bien a España solo se le exigía el 7% por su menor dependencia de Rusia. Pero igualmente había que tomar decisiones.

En el paquete de medidas tomadas se incluía regular la temperatura en los centros de trabajo. Así, en invierno la calefacción debería ponerse hasta máximo los 27 grados y en verano el aire acondicionado no podría bajarse de los 19. También se sumaban otras cuestiones, como apagar los luminosos comerciales a partir de las 22h o la obligatoriedad de tener cierres automáticos en los comercios. La idea era reducir el uso de gas tanto de forma directa por las calderas, como de forma indirecta por la electricidad.

Como suele ocurrir, la oposición política criticó duramente el decreto que había aprobado el ejecutivo. En particular, la derecha se cebó con los límites a la climatización en los trabajos. Lo ridiculizó, dudó de su eficacia y lo tachó de inconstitucional. En la Comunidad de Madrid, Ayuso llegó a protagonizar un conato de rebeldía, asegurando que en sus dominios no se cumplirían las normas. Pero ahora, casi 9 meses después, toca evaluar: ¿tuvieron un impacto real las medidas?

Pues todo hace parecer que si. Según fuentes estatales, el consumo de gas entre agosto y marzo -es decir, tras la puesta en marcha del decreto- disminuyó un 19% respecto a la media de los 5 años anteriores en el mismo periodo. Mucho más que el 7% al que se comprometió España, e incluso por encima del 15% que se propusieron sus socios europeos.

Y con la electricidad, más de lo mismo. Con los datos, en este caso, de Red Eléctrica, vemos que entre agosto de 2022 y marzo de 2023 la demanda eléctrica fue 20494 GWh. Entre agosto de 2021 y marzo de 2022, de 21382 GWh. O lo que es lo mismo, una caída de casi un 5%.  Y eso que en ese mismo periodo, el PIB (que suele ir correlacionado al consumo de electricidad) tuvo una tasa de crecimiento marcadamente positiva.

Por último, la menor demanda hace que las energías renovables se abran paso en el mix eléctrico. O lo que es lo mismo, ese 5% menos a generar puede restarse de energías sucias como el gas, dando un mayor lugar a la solar o la eólica. Así, entre agosto de 2022 y abril de 2023 (este último mes contando los días que llevamos), las renovables supusieron casi el 46% de la generación eléctrica nacional. Cifras de récord logradas por el efecto combinado de la inversión en energía limpia y de la reducción en la demanda eléctrica.

Por lo tanto, intente como intente la derecha ridiculizar las medidas de ahorro energético, éstas tienen un impacto indiscutible. Permiten reducir la emisión de gases de efecto invernadero y la dependencia energética del exterior. El único coste es hacer algunos pequeños esfuerzos. Pequeños esfuerzos que en una situación como la que vivimos parecen estar más que justificados. Aunque alguno quisiera estar en diciembre con bermudas en la oficina. Ya lo sentimos.

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