Por Alejandro Murciano Brea
Corría el año 2005 cuando las portadas de la prensa española se llenaban de noticias acerca de la OPA sobre Endesa. Más aún uno año después, en 2006, cuando la alemana E.On lanzaba su oferta. Una ex empresa pública, clave por su tamaño y sector, podía caer íntegramente bajo accionariado extranjero. El debate estaba servido: ¿iba a repercutir al mercado de la energía que un gigante eléctrico español tuviera un propietario alemán? ¿debía o podía hacer algo el Gobierno para evitarlo? La historia acabó como todos conocemos: la oferta de E.On no prosperó, pero si la que hicieron en 2007 Acciona y la italiana Enel. El proceso finalizó dos años más tarde cuando Acciona vendió su parte y el 92% del capital de Endesa recayó en manos transalpinas. Aún hoy, Enel es propietaria del 70% de las acciones de la eléctrica, ostentando sobre ella un control absoluto.
El debate aún sigue vigente. Urge reducir la dependencia energética del exterior, abaratar la factura de la luz y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Y para ello hay que pagar un elevado coste: una inversión millonaria en renovables de la que los gigantes de la energía como Endesa tienen que ser absolutos protagonistas. Una inversión que, por otra parte, es tan importante para el país como potencialmente rentable para quien la acometa. Sin embargo, la sospecha de que los inversores extranjeros tan solo quieren saquear las arcas de Endesa, pagándose una cuantioso dividendo, es algo que siempre ha inquietado dentro de nuestras fronteras.
Pero, ¿con razón?
Desde el año 2010, primero completo con Enel al mando del accionariado, hasta 2020, Endesa ha pagado un dividendo medio anual de 2,39€ por acción. Muchos millones de beneficios repatriados a Italia si tenemos en cuenta que la compañía se divide en más de mil millones de acciones. Cabe detenerse un instante en lo que ocurrió en 2014, donde se pagó la friolera de 14,55€ por acción, un 462% de las ganancias de ese año. Esto fue posible gracias a que Endesa vendió en esas fechas sus activos en Latinoamérica, y la junta directiva decidió repartir ese capital entre los accionistas. Lo curioso es que el comprador fue el propio Enel, la matriz de la sociedad. La compañía italiana logro así quedarse con los activos de Endesa para acto seguido, coger el dinero que había pagado por ellos y mandarlo de vuelta a sus arcas en forma de dividendo. Una operación perfecta, que lo es aún más si tenemos en cuenta que Enel facilitó una abundante línea de crédito a Endesa para asegurar el pago. Un éxito rotundo.
Pero pese a lo dantesco de esta situación, no es lo más importante. Lo realmente importante es que decidió hacer Enel con los beneficios que año tras año obtenía Endesa con su actividad. Como hablábamos antes, la lógica empresarial y social demandaría que parte de esas ganancias se reinvirtieran en energías renovables, una decisión acorde a los tiempos y a la regulación que se iba abriendo paso en Europa. Sin embargo, no fue eso lo que ocurrió, ya que entre 2014 y 2020 la junta de Endesa aprobó repartir el 100% del beneficio neto declarado en todos y cada uno de los ejercicios. En otras palabras, todo lo ganado (siguiendo las cuentas) voló desde España a Italia sin pagar ni el aspa de un molino eólico.
Pero por supuesto queda preguntarnos si esto es lo "normal" en el sector. Por eso merece la pena girar la mirada a Iberdrola, la otra gran eléctrica española, que en términos financieros puede considerarse la comparable perfecta para Endesa. Así, podemos comprobar que la compañía vasca ha sido menos generosa con el reparto de dividendos durante la última década. Entre el 2010 y el 2012, tuvo un "pay-out" (porcentaje de los beneficios que se reparte a los accionistas) prácticamente nulo, inferior al 10%. A partir del año 2013 se prodigó algo más, pagando un dividendo en el entrono de entre un 65% y un 75% de las ganancias, de acuerdo con la estrategia de la compañía, y sin superar nunca el 80%. Además, buena parte de ese pago no se hizo con dinero en efectivo, si no con nuevas acciones, permitiendo que no se perdiera tanta liquidez.
La diferencia entre ambas compañías parece evidente, ya que el margen de reinversión que ha tenido la una es muy superior que a la de la otra. ¿Cuál es la explicación? Sin ánimo de ser malpensado, a nadie se le escapa que Iberdrola no tiene un propietario extranjero que pretende exprimirla como una vaca lechera, al contrario que Endesa. La visión cortoplacista de los accionistas italianos sitúa a la empresa, con datos de 2021, en la mitad de la capacidad instalada en renovables de la que tiene Iberdrola. Es solo un caso, pero un caso que ilustra que hay que vigilar el capital extranjero, y sobre todo cuando viene a comprar empresas claves en nuestro engranaje económico.

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